domingo, 24 de agosto de 2014

Del tontorrontón. De mi china vida (23)

1997
- Entonces volviste al redil - me dijo la china riéndose un poco.

- Así es - le dije yo.

- Y nada volvió a ser como antes - me dijo.

- Y nada volvió a ser como antes - le dije yo - Nunca nada vuelve a ser como antes.

- ¿Te arrepientes de algo? - me preguntó.

- La verdad es que no. Seguro que hay cosas que no volvería hacer, pero hace mucho que acepté que no se puede cambiar el pasado.

- Bueno, nunca se sabe - me dijo ella -. En China avanzamos a la velocidad de la luz en tecnología. ¿Quién sabe si acabamos inventando la máquina del tiempo?

- No digas tonterías. Ni existe ni va a existir. Es imposible.

- ¿Acaso eres físico?

- Vale. Hagamos un pacto - dije yo -. Si se inventa la máquina del tiempo, el primer viaje en el tiempo que hagamos que sea aquí y ahora. - dije yo desafiante.

- Acepto - dijo ella tendiéndome la mano.

Esperamos unos segundos mirándonos a los ojos y nada pasó.

- ¿Lo ves? No existirá nunca una máquina del tiempo. - dije yo soltando su mano.

- Esto no quiere decir nada - dijo ella.

- ¿Cómo que no? Si fuera a existir, y gracias a este pacto, ahora estarían aquí nuestros yos futuros frutos de este pacto. Eso quiere decir que nunca existirá la máquina del tiempo.

- No es cierto - dijo ella con absoluta seguridad -. Eso lo único que quiere decir es que cuando se invente ni tu ni yo estaremos vivos para utilizarla.

Me quedé un momento pensando y al final le dije.

- Me rallas mucho, china. Me rallas mucho.

- Tú, que te pones a divagar. Va, cuéntame 1997.

- Pues pasaron muchas cosas. Bueno, no sé si pasaron muchas o es que conforme vamos avanzando voy recordando muchas más cosas que los años anteriores. Cada vez se hace más difícil resumir.

- Elige un par o tres que quieras destacar.

- Pues ese año encontré mi personaje.

- ¿Cómo? - me preguntó ella sin entender lo que quería decir.

- Pues verás, hay un momento que los actores descubrimos ese personaje que nos hace sentirnos cómodos. Con el que trabajamos a gusto y que, aunque no tenga nada que ver con nosotros, explotamos una y otra vez.

- Entiendo.

- Ese año interpreté en el taller de fin de curso el personaje de Dionisio de "Tres sombreros de copa" de Mihura. Un tontorrontón entrañable al que le cogí mucho cariño. Disfruté creando el personaje y jugando con él. Tanto que he repetido mucho ese patrón en otros personajes.

- ¿Te gusta hacer el tonto? - me dijo sonriendo.

- Y me gusta hacerme el tonto - le dije yo -. No, en serio, es un tipo de personaje que se me da muy bien hacer. Me gustan. Siempre tienen un punto muy dulce, muy cariñoso, muy humano y muy divertido. En esta vida a veces hay que elegir entre ser el payaso listo o el payaso tonto. El listo es el protagonista. Yo siempre he preferido ser el secundario. 

- No lo parece - me dijo ella. 

- Es que nunca nada es lo que parece - le dije yo -. Si en el fondo yo soy una persona introvertida. Eso sí con ataques agudos de extroversión.

- Curioso - dijo ella pensando -. Cuanto menos es curioso.

- Y como anécdota, suspendí mi primera asignatura. Después de tropecientos años de estudiante, fue la primera vez que tuve que ir a recuperación en septiembre.

- ¿Y eso? 

- Pues fue la asignatura de Dicción. Mi profesora, después de tantos años, aún lo recuerda. - empecé a contarle yo divertido - A mi se me difumina un poco la memoria, pero fue de la forma más absurda. La asignatura estaba prácticamente aprobada con la asistencia a clase, pero hubo un examen final. Simplemente había que elegir un texto y leerlo en voz alta a solas delante de ella. Entré en el examen. Ella estaba sentada detrás de la mesa con unas gafas de sol bien oscuras. Saludé. Me senté. Empecé a leer el texto y aún no había leído ni dos líneas y empecé a farfullar. Pero a farfullar de los nervios como no lo había hecho nunca. Sin querer levantar la mirada hacia mi profesora me pareció entrever una sonrisilla en su cara. Yo creo que aguantaba bien fuerte para no reírse en mi cara. Como pude seguí leyendo, aunque para ese momento yo ya no sabía ni lo que estaba leyendo, ni el texto tenía sentido, ni yo me estaba enterando de nada. Acabé y me quedé esperando algún gesto, alguna palabra.

En estos momentos empezaron a caerme dos lagrimones al recordar aquel examen.

- Ella me dio las gracias. - seguí contando yo casi sin poder de la risa que me estaba entrando -. Yo me levanté de la silla, me tropecé y casi me mato. No sé ni cómo, si es que llevaba una cazadora colgando o que leches pasó, pero se me cayeron al suelo un montón de monedas que se desperdigaron por toda el aula. Ella seguía impertérrita detrás de la mesa. Te juro que a mi me pareció ver aparecer dos lagrimones rodando por sus mejillas, pero la cara seguía teniendo el mismo semblante. Recogí como pude las monedas, le di las gracias y creo que aún me tropecé con la puerta al salir. Todo un desastre. Al cerrar la puerta yo diría que la escuché soltando una sonora carcajada.

- ¿Y qué pasó? - me preguntó la china.

- Me suspendió, claro. ¿Qué iba a hacer? Un examen tan fácil y yo había montado todo un espectáculo de clown. Así que me tocó ir a septiembre, pero esta vez todo fue bien y aprobé la asignatura.

- Sí que te había poseído el personaje, ¿no? - dijo ella entre risas.

- Sí, y te puedo asegurar que, a veces, aún me sigue poseyendo.

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